domingo, 26 de enero de 2014

Historias del Oscar.... (I)

En la década de 1950, según cuenta la leyenda, un día el productor Samuel Goldwyn y su esposa Frances comían en compañía del venerado director Billy Wilder y su novia, Audrey Young, en el famoso restaurante “Romanoff’s”, ubicado en la calle Rodeo Drive de Beverly Hills. Goldwyn dijo algo a Wilder en yiddish, Billy respondió en alemán y Audrey quiso saber de qué hablaban.
 
 
Billy Wilder y Samuel Goldwyn
 
 
Los cuatro charlaban a la vez, cuando por el rabillo del ojo Billy Wilder vio a un hombre tambaleante acercarse junto a su mesa. El desarreglado traje del hombre mostraba un par de manchas y los puños estaban deshilachados. La camisa blanca que tenía puesta quizá debió haber estado limpia hace un par de días. Este anciano era muy alto, a pesar de sus hombros caídos. Parecía inclinarse hacia delante para escuchar. Pero su mirada le sugirió a Wilder que este hombre no estaba interesado en nada de lo que se decía en la mesa. Su rostro grisáceo parecía asfalto gastado, su rostro era aún más gris y su nariz podría pasar por el mango de un paraguas. La charla y la alegría fueron desapareciendo de la mesa. El hombre alto y gris se balanceó como un árbol en invierno, señaló con su largo índice a Goldwyn y habló con un fuerte acento sureño.

-Aquí estás, hijo de puta.
 
-Un borracho -musita una de las mujeres.
 
-¡Hijo de puta! -repite el hombre al asombrado productor-. Aquí estás y yo debería estar haciendo una película. Yo soy ese...
 
Frances Howard, la mujer de Samuel, no quiso oír una palabra más de ese viejo loco.
 
-Váyase de aquí -masculló entre dientes-. Váyase, viejo estúpido.
 
Golpeado por estas palabras, el hombre se perdió en el ruido y la chabacana elegancia del “Romanoff's”, ya no se le escuchó. Sin embargo, el rostro de Sam Goldwyn parecía haber sentido temblar la tierra bajo sus pies.
 
-¿Le conoces? -preguntó su mujer-. ¿Quién diablos es?
 
-Ese hombre -contesta Goldwyn tras el largo momento que se tomó para recuperarse- era D. W. Griffith...


(Frances Howard y Samuel Goldwyn)


David W. Griffth, uno de los más talentosos y renombrados directores de los primeros años a quien la industria cinematográfica debe sus alcances, su prestigio y su nombre. Un prolífico director que realizó más de 500 filmes y colaboró en la creación de muchos otros, y que como creador del lenguaje cinematográfico fue llamado “el padre del cine moderno”. Fue Griffith el responsable de la primera película que se filmó en Hollywood, y no Cecil B. De Mille, como registra la leyenda. He aquí una breve descripción de su trayectoria que, empalmada con la temporada de los Premios de la Academia estadounidense, vale la pena recordar… Pasen y lean.




David Llewelyn Wark Griffith nació en La Grange, zona rural de estado de Kentucky, E.U.A. el 22 de enero de 1875. De ascendencia irlandesa, se educó bajo las influencias dominantes en el Sur de los Estados Unidos de aquella época, con toda la carga de racismo que esto conllevaba, y que le influyeron poderosamente en su carrera. Creció escuchando las historias que su padre le narraba sobre la guerra civil estadounidense. De joven quiso ser escritor, pero no tuvo el éxito que soñaba. Ya en 1897 se hizo actor aficionado, llegando a ser profesional tres años más tarde, con el nombre de Lawrence Griffith. Estudió en varias escuelas locales, después trabajó como actor de reparto y en compañías ambulantes. Tratando de vender una historia a la Edison Company, ésta lo contrató como actor.




Después, en 1908, pasó a trabajar para la productora American Mutoscope & Biograph (AM&B). Ahí, fue Arthur Marvin quien sugirió a su hermano Henry, entonces director de la Biograph, que ofreciera el trabajo de director cinematográfico a uno de sus jóvenes actores, Lawrence Griffith, que sólo cuando se hizo famoso comenzó a llamarse "David" o "D.W." A Griffith no le gustó el ofrecimiento en un primer momento, puesto que no sabía absolutamente nada de cine y temía no sólo perder su trabajo como director, si aceptaba, sino también su trabajo como actor en la productora. Henry Marvin hubo de asegurarle (y fue una de las cláusulas del contrato) que en caso de no resultar un buen director, Griffith podría continuar con su trabajo como actor en la compañía. Así que la primera película que dirigió, un cortometraje, fue Las Aventuras de Dollie (The Adventures of Dollie, 1908).
 
Al contrario de lo que esperaba, sus películas tuvieron un gran éxito ante el público. Con ellas experimentó en todos los territorios imaginables mucho antes de poder definirse como distintos géneros. De hecho, podríamos decir que Griffith fue inventor de todo, salvo el cine fantástico, del que fueron pioneros Georges Méliès y Thomas Edison; y de las superproducciones espectaculares, en las que destacaban los cineastas italianos. Entre sus películas existen comedias disparatadas, películas de suspense, westerns, de gángsters, dramas de realismo social, melodramas románticos, películas de época, de aventuras y bélicas, junto con algunas adaptaciones.


 

 


Una de las películas que Griffith filmó en 1910 fue In Old California, un cortometraje de 17 minutos contextualizado en la antigua California propiedad de la Nueva España de principios del siglo XIX. En la historia, una mujer española llamada Perdita Arguello (Marion Leonard) es pretendida por el joven adinerado José Manuella (Frank Powell), español peninsular recién llegado al Nuevo Mundo. Pero el corazón de ella ya está dado a un trovador de la villa, Pedro Cortés (Arthur V. Johnson). Contra todas las habladurías Perdita y Cortés se casan, tienen un hijo (de grande será Henry B. Walthall), solo que veinte años más tarde seremos testigos del resultado de aquella locura.
 
Para el rodaje, Griffith descubrió una pequeña villa en sus viajes a California y decidió filmar la cinta ahí porque le pareció un lugar con hermosos paisajes, clima favorable y gente amable. El territorio encontrado era nada más y nada menos que Hollywood. Las áreas de localización estuvieron en lo que hoy son Sunset Blvd. con Vine Street, Hollywood Blvd. con Vine Street, y cerca del Hotel Hollywood en la esquina de Hollywood con Highland Ave. y Franklin Ave. con Orange Street. Pero no solo en eso D.W. fue pionero, sino también fue el primero en utilizar durante el rodaje de una secuencia aquella inmortal frase con la que indicaba a su equipo el momento de filmar: “Luces, cámara, ¡acción!”. En 1914, cuatro años más tarde del estreno de la película de Griffith, otro prominente director ocupaba como locaciones otros lugares del mismo poblado, su nombre era Cecil B. De Mille, y el filme, El Mestizo (The Squaw Man), sería la segunda película rodada ahí.




Cuando Griffith abandonó la Biograph en 1913 publicó un anuncio en “The New York Dramatic Mirror” en el que se autoproclamaba como productor de los grandes éxitos de esta compañía y, seguidamente, enunciaba las principales innovaciones técnicas que decía haber "inventado" (como el primer plano, el fundido o encadenado -transición de una escena a otra mediante la desaparición gradual de la primera en la pantalla y la aparición de la segunda- y el flashback). Pero realmente su aportación al lenguaje cinematográfico no consistía en el conjunto de técnicas que se atribuía; sino en su habilidad para utilizarlas de una manera efectiva en sus historias.
 
 
 
(Chaplin con los fundadores del Triangle Film Corporation:
Thomas H. Ince, Mack Sennett, D.W. Griffith, 1915)
 
 
Una vez que se marchó de la Biograph, este director realizó una serie de proyectos que le dieron todavía un alto grado de control personal sobre su realización. Griffith fue el primero de los productores independientes (fundó su productora en 1913), dando lugar a una figura que no sería habitual hasta la caída de los grandes estudios en los años 50. Sus primeros trabajos, y en especial Judith de Betulia (Judith of Bethulia, 1914), El Nacimiento de una Nación (The Birth of a Nation, 1915) e Intolerancia (Intolerance, 1916), lo situaron como el primer realizador y productor de su época. Hasta entonces, las películas de cine eran de corta duración, rara vez de más de un rollo, más anecdóticas que dramáticas y, sobre todo, producidas, interpretadas y montadas con pocos medios y escasa calidad. Por el contrario, las películas de Griffith recreaban historias dramáticas y personajes de gran riqueza, alcanzaban un alto nivel de complejidad técnica, cercano al virtuosismo, y a veces duraban varias horas.


(Henry B. Walthall y Blanche Sweet en Judith de Betulia)


Hacia 1915, cuando realizó El Nacimiento de una Nación, ya había establecido las bases de todos los futuros desarrollos de la expresión cinematográfica, así como de la industria cinematográfica americana. El Nacimiento de una Nación representó el nacimiento del arte cinematográfico: jamás el cine había abordado una narración tan larga y compleja, no había logrado exponerla con tal agilidad, ritmo y coherencia narrativa. A partir de ese momento, el cine evolucionó, proporcionándonos tantas y maravillosas obras maestras.





La película narra en más de tres horas de duración, la visión de dos familias separadas en la distancias pero unidas por la amistad y el amor, durante la guerra de secesión. El reparto se integra por algunos de los habituales nombres que siempre figuran en las películas del director: Ralph Lewis, Henry B. Walthall, Lillian Gish, Mae Marsh, George Siegmann, Elmer Clifton, entre otros. De presupuesto y recursos desmesurados para la época -una sola escena reunió a 15.000 extras y 250 carros- aún hoy sigue asombrando por su espectacularidad, aunque su discurso racista a favor del Ku Kux Klan (los personajes negros eran blancos pintados con betún) ensombrece el larguísimo guión. Hay varias escenas de la cinta que serían homenajeadas en películas como Lo que el Viento se Llevó (1939) o Forrest Gump (1994).
 
El célebre director Raoul Walsh, que interpretó al asesino de Abraham Lincoln en la película, dijo de ella en 1976: “Hasta 1915, fecha en la cual Griffith terminó su epopeya, el público no había conocido más que filmes de segundo orden, de uno o dos rollos. Fue necesaria El Nacimiento de una Nación para convencer al mundo de que Hollywood había llegado a la madurez. Este largometraje fue un medicamento en la historia del cine. La opinión pública se desembarazó de la idea difundida hasta entonces de que el cine era tan solo un arte menor de diversión, un vástago ilegítimo del teatro.”









Pese a eso, la película fue acusada inmediatamente de racista, de promover la supremacía de la raza blanca y describir el supuesto heroísmo de los miembros del Ku Klux Klan, pues en el desenlace unas mujeres, secuestradas por un hombre de raza negra, eran salvadas in extremis por este grupo sectario. Por ello al director le fue muy difícil encontrar actores y extras negros que se prestasen al rodaje, por lo que tuvo que caracterizar actores blancos con la piel maquillada en negro. Cuando el filme se estrenó, hubo disturbios en Boston, Filadelfia y otras ciudades importantes. Chicago, Denver, Kansas City, Mineápolis, Pittsburgh y San Luis cancelaron el estreno. El carácter incendiario de la película incitó a pandillas de blancos a atacar a la gente de raza negra. En Lafayette, Indiana, un hombre blanco, tras ver el film, asesinó a un adolescente negro.
 
Griffith nunca se esperaba las malas críticas y los señalamientos que recibió. El público no recordaba que en sus películas anteriores siempre había tratado de mostrar su molestia por la manera en que “el gobierno del hombre blanco” trataba y oprimía a los nativos americanos, como en sus filmes The Red Man's View (1909) y Ramona (1910), y que había dirigido en 1911 para la Biograph el filme La Rosa de Kentucky (The Rose of Kentucky), en donde mostraba al Ku Klux Klan como el grupo villano y dañino.






Poco tiempo después de estrenar El Nacimiento de una Nación, y para resarcir su imagen, Griffith finalizaba Intolerancia (Intolerance). Y si en la anterior no escatimó gastos, ¿por qué iba a hacerlo esta vez si el proyecto era -incluso- más ambicioso aún? Intolerancia es (o podría serlo) la primera película temática, de "historias cruzadas", de la historia. La cinta habla en cuatro historias distintas, de la esencia del hombre. Cuatro tiempos y escenarios distintos, pero un mismo motor: la envidia, la ambición, el odio, la muerte, todo ellos retratada en los episodios de: la matanza de los hugonotes en Francia la noche de San Bartolomé de 1572; la pasión y muerte de Jesucristo; una huelga de trabajadores contemporánea y la caída de la Babilonia del rey Baltasar en el año 539 ante el ataque de Ciro II el Grande, rey del Imperio persa. Estas cuatro tramas son enlazadas por la imagen de una mujer (Lillian Gish) que mece una cuna. A medida que las historias van llegando a su clímax, Griffith hace más rápido el montaje alternado, con secuencias cada vez más cortas, y creando una tensión hacia el desenlace de las cuatro historias.



(Frank Bennett como Carlos IX y Josephine Crowell
como Catalina de Médicis, madre e hijo en la ficción)


(Howard Gaye en su personificación de Jesucristo)




(Alfred Paget como el Príncipe Belshazzar)

(Elmer Clifton y Constance Talmadge, los montañeses)

 
Griffith planteó para cada episodio un estilo estético diferente, que conjugaba las grandes masas y decorados, procedentes del peplum italiano, inspiradas sobre todo en Cabiria (1914). Así, se podría decir que todos los recursos artísticos y técnicos que habían sido empleados por el realizador en su obra previa, se encuentran en esta película. El resultado es una polifonía con cuatro temas intercalados que van componiendo un trepidante crescendo conforme avanza la película. Todo ello con una gran puesta en escena, donde grandes masas de actores son dirigidas entre decorados gigantescos, como el de Babilonia, cuyas murallas alcanzaban los cien metros de altura. En la escena del ataque persa se movilizaron 16.000 figurantes, con un coste de producción que osciló, dependiendo de las fuentes manejadas, entre uno y dos millones de dólares de la época.




(Lillian Gish, la madre eterna de Intolerancia)


Tales gastos supusieron un fiasco financiero del que Griffith nunca se recuperó totalmente, pues él corría con todos los riesgos de la producción, por lo que siguió endeudado durante el resto de su vida. De hecho, a partir de esta película, serían los productores quienes pasarían a dominar el mundo del cine estadounidense, con la aparición de las grandes productoras de Hollywood y el star-system, una vez que la industria cinematográfica europea había sido reducida a cenizas tras la Gran Guerra. El filme fue alabado por la crítica, aunque su mensaje pacifista fue rechazado en una Europa inmersa en la Primera Guerra Mundial y por sectores proclives al intervencionismo de la sociedad estadounidense. Sin embargo la influencia posterior de esta obra fue enorme.





Así también, el llamado “padre del cine”, empezó a mostrar preocupación por los protagonistas. Lo primero que intentó fue quitar de los actores de cine los dejes excesivamente dramáticos de los actores de teatro. Mientras tanto fue descubriendo a algunas de las grandes estrellas de la época, en lo que puede entenderse como una de las primeras búsquedas de esa conexión entre director-actor. Su principal descubrimiento fue Mary Pickford, posterior “novia de América” (se recuerda entre otras por ser su protagonista en Ramona, de 1910) y, junto a quien fue su marido, Douglas Fairbanks, primera gran estrella de Hollywood, pero su verdadera actriz fetiche fue Lillian Gish.





 
Griffith y Gish empiezan juntos con An Unseen Enemy (1912) su fructífera relación, entre las que se incluyen muchas de sus obras maestras. Gish era lo que Griffith buscaba en cuanto a interpretación, pues al saber adecuar las emociones de manera tan extraordinaria, permitía al director utilizar a su gusto el primer plano, dando así emotividad a la narración. La importancia de la colaboración reside en que la propia actriz actuaba de manera que facilitaba la forma de narrar que el director quería emplear. Lilian Gish diría de él en 1973: “Griffith nos enseñaba que sólo el film era importante, que la Biblia lo había vaticinado: era el lenguaje universal que iba a traer la paz al mundo, cuando los hombres se entendieran unos con otros. Este era el milenio y nosotros dábamos los primeros pinitos en ese gran milagro. De modo que cuando salíamos y arriesgábamos nuestras vidas, eso no parecía importante. Lo único importante era lo que aparecía en la pantalla. Era lo único que interesaba. Por eso no empleábamos dobles, ni falsificábamos nada, porque teníamos la plena certeza de que el público se daría cuenta de que algo estaba mal, que no era real. ¡Todo tenía que ser real!



(Dorothy Gish, D.W. Griffith y Lillian Gish)


En 1920, junto con Charlie Chaplin, Douglas Fairbanks y Mary Pickford, los artistas más cotizados del cine del momento, fundó la United Artists para producir películas de larga duración al margen del estricto control de los productores y financieros de la época. Entre los títulos que dirigió para esta productora figuran: La Culpa Ajena o conocida también como Capullos Rotos (Broken Blossoms, 1919), Las Dos Tormentas (Way Down East, 1920), Las Dos Huerfanitas (Orphans of the Storm, 1922), La Batalla de los Sexos (1928) y La Melodía del Amor (Lady of the Pavements, 1929, protagonizada por la mexicana Lupe Velez), todas ellas mudas excepto la última, en la que se intercalaba alguna canción.
 




 
Griffith realizó sólo dos películas sonoras, Abraham Lincoln (1930), interpretado por Walter Huston, y The Struggle (1931), que no tuvieron el éxito de sus películas mudas. El cine sonoro significó su fin como director.


 
 


 
EL OSCAR DE 1936

En la VIII entrega de los Premios de la Academia, celebrada el Jueves 5 de Marzo de 1936 a las 8:00 pm., en el Biltmore Bowl del Hotel Biltmore de Los Ángeles, el conductor del banquete de premiación fue el ahora presidente de la Academia, Frank Capra. Pero las cosas no podían salir más mal para él. Resulta que al asumir su puesto se encontró con un boicot de una gran parte de profesionales del cine que rechazaban los premios por su favoritismo y poca transparencia, así como sus múltiples errores de nominación. A última hora se habían inscrito a competencia en diversas categorías muchos participantes que no estaban contemplados originalmente, pues se permitió a los votantes escribir en las papeletas de votación final sus preferencias, por si éstas no se encontrasen entre las nominadas. El Sindicato de Guionistas, que en éste entonces no tenía muy buenas relaciones con la Academia, reaccionó y les pidió a sus agremiados y compañeros del medio en un comunicado que mostraran su rechazó hacia el evento: “La apuración de la Academia está destruyendo lo mejor. Ustedes no deberían acudir” (The sooner the Academy is destroyed the better! You should not attend!). Muchos pensaron que la ceremonia más importante del cine corría peligro de desaparecer.




Pero Capra, ante una inminente debacle de la edición de este año, decidió enfocar el acto en la figura impoluta y prestigiosa de D. W. Griffith como uno de los padres del séptimo arte, otorgándole un premio Especial. Ya en la primera ceremonia del premio se había entregado una estatuilla honoraria a Charles Chaplin, pero desde entonces no había vuelto a suceder tal mérito. Capra estaba seguro que el reconocimiento a un personaje de esta naturaleza haría mermar la desconfianza y mala fama que la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas despertaba entre los miembros de la industria. Chaplin lo llamaría “el maestro de todos nosotros”. Pese a todo, al banquete no asistieron algunas de las estrellas, sino sus secretarias o representantes personales. Pero la idea no pudo tener mejor resultado, pues la ceremonia se llevó a cabo y el reconocimiento especial a figuras legendarias del cine quedó instaurado para siempre en la dinámica de premiación año con año.
 
Frank Capra narra así en su autobiografía el momento en que D. W. Griffith estuvo presente en la ceremonia del Oscar: “¿Aceptaría Mr. Griffith venir a Hollywood para aceptar un Oscar Especial por su sobresaliente contribución al arte cinematográfico? Aceptaría. Cuando subió a recibir su premio especial el aplauso fue ensordecedor y sincero”… “En su honor el Gremio [de directores] creó también su más prestigioso tributo, el Premio D.W. Griffith, concedido (después de merecerlo) a los directores que, durante su vida, hubieran hecho notables aportaciones al arte de la realización cinematográfica”.

Y así fue. El reconocimiento otorgado a Griffith ocasionó la primera ovación de pie que se le rinde a un homenajeado durante la entrega del Oscar Honorario. Claramente emocionado, el veterano director agradeció a los presentes: “Nosotros teníamos muchas preocupaciones en esos días, pequeños problemas. Ahora ustedes, gente, tienen sus propias preocupaciones y éstas son grandes. Ellas han crecido con el negocio… y no importa que problemas sean, éste es el gran negocio en el mundo”. Su discurso ocasionó las lágrimas de todos los presentes. Pese a todo, el homenajeado director quedó alejado del cine y nunca más volvió a filmar.


(Academy Awards 1936: Frank Capra, David W. Griffith, Jean Hersholt,
Henry B. Walthall, Frank Lloyd, Cecil B. DeMille, Donald Crisp)




LOS ÚLTIMOS AÑOS

La actriz afroamericana Nellie Conley (1873-1959), mejor conocida por su seudónimo Madame Sul-Te-Wan, fue la primera actriz de color que trabajo bajo contrato con un gran estudio cinematográfico, Fine Arts. Además apareció en filmes de Lloyd Ingraham, Cecil B. De Mille y por supuesto D.W. Griffith, como El Nacimiento de una Nación e Intolerancia, y en filmes sonoros de variada relevancia. Griffith le dió sus primeros trabajos y se hicieron amigos por décadas.
 
En 1953 Madame concedió una entrevista a la revista “The Villager”, donde se refirió a los últimos días del director: “Tú sabes – me dijo – lo que es estar solo, Madame. Yo creo que todo ser humano llega a conocer la soledad. Hay diferentes clases de soledad, tantas como personas. Mi soledad “suda” cuando tomo agua.” “Mr. Griffith se fue solo, con apenas una negra pequeña como yo para velarlo. ¿Cómo pudieron dejarlo ir así en la oscuridad de la noche? Mr. Griffith debería haberse despedido por una multitud a su alrededor y el sol brillando en los cielos”.
 
 
(Madame Sul-Te-Wan)
 
 
D.W. Griffith estuvo casado dos veces pero no tuvo hijos. Moriría en Hollywood el 23 de julio de 1948 a los 73 años de edad a causa de un derrame cerebral. Sus restos fueron velados en el Templo Masónico de Hollywood y está enterrado en el cementerio de una iglesia metodista en Crestwood, Oldham County, en su estado natal, Kentucky.
 
 
(Funerales de D. W. Griffith, 1948)

(Charles Chaplin y Mack Sennett en el funeral de D.W. Griffith, 1948)


Otro genial director poco valorado en su momento, Orson Welles, recordó en 1965 un encuentro que sostuvo con Griffith antes de su muerte:
 
 
(Orson Welles, 1965)
 
 
Era la edad de oro de Hollywood, pero para el más grande de los directores había sido una década triste y vacía. El cine que él había virtualmente inventado, se había convertido en el producto único de la cuarta industria más grande de América, y, en la cadena sin fin de las mastodónticas fábricas cinematográficas, no había sitio para Griffith. Era un exiliado en su propia ciudad, un profeta sin honores, un artesano sin herramientas, un artista sin trabajo.”
 
“Yo le amaba y le veneraba, pero él no necesitaba un discípulo. Necesitaba un trabajo. Nunca he odiado realmente a Hollywood a no ser por el trato que dio a D.W. Griffith. Ninguna ciudad, ninguna industria, ninguna profesión ni forma de arte deben tanto a un solo hombre.”